29 sept 2016

Esto no es una crítica


 

THIS IS NOT A FILM

(2011, Jaffar Panahi & Mojtaba Mirtahmasb)




La creación cinematográfica, en su proceso de gestación, no permanece ajena (como expresión artística que es) a los pormenores de la realidad contextual que la envuelven en un momento determinado. Son muchos, demasiados, los patrones externos que determinan el grado inventivo de toda persona entregada a este tipo de oficios. Y lo peor de todo, es que las barreras en cuestión limitan plenamente el proceso, y lo hacen en retrospectiva y a la inversa; esto es, desde su fase de plasmación final (en un primer estadio) hasta la primigenia etapa relativa a su labor inventiva (en último término). 

La censura, esa lacra que vilipendia de forma tan atroz e irracional a sus víctimas, es un claro ejemplo de lo que vengo a comentar. Por desgracia, no han sido pocas las ocasiones en las que el séptimo arte se ha visto aquejado por esta proyección, tan dañina, de la maldad humana. Contiendas bélicas, periodos dictatoriales, dominio del poder macroeconómico...en fin, no es necesario remontarse demasiado en los cajones de ficheros. 

El caso de Panahi, realizador iraní tan aclamado por la crítica internacional como tachado por sus propias autoridades nacionales, es sumamente representativo de esta idea. Pese a llevar a sus espaldas más de dos décadas de trabajo, y siendo consagrado como uno de los miembros más sobresalientes dentro de la comunidad cinematográfica iraní, Jaffar ha sido objeto de una injusticia de proporciones bíblicas. El "sistema judicial" consideró que, por incumplimiento de varias disposiciones legales (en realidad, retratar en sus películas la realidad social de su país), Panahi era merecedor de un reproche penal, que se traduce finalmente en un fallo (al menos convendremos) escandalosamente llamativo: 6 años de prisión y 20 de inhabilitación para filmar guiones y viajar al extranjero. 

Y en este punto arranca "This is not a film", proyecto a caballo entre un producto casero de disertación, y un documental intimista con plenas pretensiones escandalizadoras. Pero, de lo que no cabe duda es de una cosa: con esta creación, Panahi se arriesga, se pone entre la espada y la pared, y lo hace con la valentía del corazón noble que posee. Su fin no es otro que el clamor firme, la denuncia a voz viva, ante un pronunciamiento que dista, y mucho, del orden de toda lógica razonable. Pero también, y a la par, la denuncia de un sistema socioploítico asentado sobre postulados fundamentalistas, que coartan la libertad y el desarrollo personales.   



-Ojo spolier-  La película comienza con Panahi recluído en su morada. Vemos como su libertad deambulatoria se presenta como impedida (al igual que su libertad para filmar) al permanecer durante gran parte del metraje en el interior de su apartamento. En una de las primeras secuencias, vemos en primer plano al realizador, hablando con la que es su abogada. Ella le pone al corriente de su situación judicial (no muy esperanzadora). Su mirada se pierde en un punto infinito. 

A continuación, su antiguo amigo de dirección, Mojtaba Mirtahmasb, acude al llamamiento que recibe de Panahi (desconociendo las intenciones de este último). Cuando Mojtaba se presenta en casa de Panahi, este le desvela su verdadero propósito: le revela la existencia de un guión que no podrá dirigir. Ante esta situación, Panahi busca una alternativa, que pueda encajar en su actual coyuntura legal. Decide comentarlo mientras su colega le graba con una cámara. 

Aquí es donde comienza el calvario personal del cineasta inhabilitado. Calvario que palpita y es perfectamente evidenciable, conforme avanza en la labor que se ha propuesto, de manera progresiva.

Destaca el instante en que, para intentar proyectar una escena del guión, que transcurre en el interior de una vivienda y a través de la ventana de una de sus estancias, Panahi utiliza un método rudimentario, pero a la vez evocador: cinta adhesiva para trazar los límites de la casa (tabiques, puertas, escaleras...). Es un momento mágico, en el que la ilusión colma al cineasta, tanto como si realmente estuviera dirigiendo la escena en cuestión, con todo detalle. 



Más adelante, el ambiente se recrudece. Mientras Panahi se encuentra comentando otra escena de su guión, este palidece y el silencio se apodera de su persona. El semblante que podemos apreciar, en un primer plano de su rostro, transmite su sensación del momento; un sufrimiento desmesurado, que ha arraigado en su interior, y que pugna por salir al exterior con toda su voracidad. Y quiere atraparnos, vernos cautivos bajo sus garras, como ya hizo con el propio director iraní. Es entonces cuando este rompe la barrera de la contención, para explotar con una frase arrolladora: "Si podemos contar una película, ¿para qué hacerla?". Esta frase se presenta como síntesis de lo que Panahi pretende hacernos llegar con este proyecto. Quiere que seamos partícpies de la situación sumamente absurda a la que ha sido llevado, como consecuencia de una intolerancia latente. Y lo consigue. Al menos para un servidor, la sensación de estupor experimentada trasciende lo imaginable. 

Finalmente, y en la recta final del metraje, aparece un elemento novedoso: el exterior de la vivienda. En la calle parece que hay una especie de festejo. Digo una "especie", porque más que una conmemoración (pese a que podemos ver cómo son lanzados fuegos artificiales), parece que nos hallemos ante una suerte de reino del caos, donde imperan los altercados y el más puro desorden. Hipótesis que parece confirmarse en la escena final de la película, cuando Panahi abandona su piso para bajar a la calle, acompañado por el portero del edificio. Lo que se encuentra cuando sale al exterior es sumamente impactante. Un grupo de personas ha hecho una fogata de grandes dimensiones en medio de la calle. No hay diálogos en este punto. El silencio únicamente es interrumpido por los estruendos que ocasiona la realidad anárquica que se ha desatado. Una vez más, Panahi hace uso de su tan recurrente metáfora, para representar el mundo hostil que le rodea. Un contexto desalentador, en el que la libertad ha sido privada de su espacio de desarrollo. -Fin del spoiler- 


En resumen, nos encontramos ante una propuesta audiovisual que es merecedora de ser visionada por todo cineasta, por todo amante del cine, y por todo el que aprecie ese reducto de libertad personal, que poseemos de manera innata, a la hora de proyectar opiniones e ideas. Y ello máxime cuando las mismas sirven para denunciar situaciones de injusticia social, o para evidenciar abusos de poder. En este extremo, cualquier persona, participe o no de nuestra tendencia particular, debe ser objeto de un incondicional respaldo. 


Lo mejor: la perfecta sencillez con la que Panahi se desquita
Lo peor: los límites del proyecto en orden a cumplir con su cometido final. 

25 sept 2016

El tar o la vida


POLLO CON CIRUELAS 

de Marjane Satrapi



(Norma Editorial, 2004)



Acometer la lectura de una obra de Satrapi es garantía de conmoción emocional. Ya se veía venir. La premeditación en este caso rozaba su grado máximo. Para quienes ya conozcan a esta pintoresca dibujante iraní, no les pillará por sorpresa el modo que tiene, a la par subliminal y explícito, de erosionar a las almas inquietas que optan por sumergirse en sus creaciones. Y para quienes desconozcan la existencia de su particular universo, es mejor mantenerse distante de estos cantos de sirena, si se quiere prevenir el embelesamiento; salido a su encuentro, no hay vuelta atrás posible

Ya maravilló a público y crítica (hecho sumamente milagroso), con la publicación de la que quizás sea su mejor obra (y por extensión, de las mejores obras gráficas de la historia); me refiero, claro está, a Persépolis. Se trata de un retrato autobiográfico, de cómo una vida emprende una huida del incomprensible fantasma del fundamentalismo, en busca de un horizonte liberador, en un contexto social amenzador y hostil para el desarrollo de la persona.  

Pues bien, en este caso lo autobiográfico cobra protagonismo nuevamente, si bien el mismo se centra no en la propia Setrapi, sino en la figura de un familiar suyo: Nasser Ali, tío de la madre de Marjane.  

La historia nos narra un suceso trágico que este Nasser Ali se ve obligado a padecer. Y es que habiendo sido músico consagrado durante toda su vida (se nos presenta como un virtuoso intérprete de tar -instrumento de cuerda-), en el presente se encuentra abocado a un familia en plena descomposición; el matrimonio con su mujer se presenta como una desgracia, que le ha tocado arrastrar durante toda su vida; y además de ello, sus hijos apenas muestran interés por su persona, hecho que le reporta una profunda apatía. 

Pues bien, lo trágico del asunto encuentra su génesis en una disputa que Nasser Ali mantiene con su mujer, disputa que desemboca en un suceso demoledor para nuestro protagonista: la mujer, en un arrebato de cólera desenfrenada, coge el tar entre sus manos y acaba partiéndolo por la mitad. En este momento inicial de la narración, para el lector se presenta como improbable imaginar el estupor que este hecho desencadenaría en el virtuoso intérprete; al menos, hasta las páginas finales de la obra, donde aflora el preciado significado que el instrumento llevaba aparejado para Nasser Ali. 




-Ojo Spoiler- Entrando de lleno en el núcleo argumental, la obra se presenta en varios capítulos, que van mostrando, sucesivamente, la agonía creciente que se manifiesta en la persona de Nasser Ali. Desde luego, no cabría reprocharle tal reacción, ante la gravedad de los hechos; como ya he dicho, su vida por entero había sido consagrada a la música que transmitía con su viejo tar. 

Pero por desgracia para nuestro querido músico, su sufrimiento no se circunscribe a lo anterior. Así es, conforme avanzan las páginas, Setrapi va dejando entrever la razón de la caída de Nasser Ali en el averno. Progresivamente nos va aportando datos, sucesos del pasado que nos permiten, atar cabos: un amor imposible. 

Y es en este punto donde estalla la crisis existencial del protagonista. Descubre, en sus cavilaciones febriles, que su vida ha sido una completa farsa. Desde ese instante, se niega a comer, a salir de su habitación, y mucho menos, a dirigir la palabra salvo con austeros monosílabos. Decide poner fin a su vida, planteándose qué medio sería el idóneo, e incluso yendo al encuentro de la mismísima parca. 




Entre intermitencias en las que rememora sus vivencias pasadas, se va perfilando su alma atormentada. Primero, por el lugar que le tocó ocupar en la familia durante su infancia, eternamente comparado por su madre con su hermano, hermano que representaba para la familia el ideal de futuro, por destacar en múltiples materias. Para Nasser Ali, quedaba el más desdibujado exilio que espera a los que frecuentan las facetas artísticas. A este hecho, hay que añadir el origen del drama del que aquél es portador; su amor imposible. Así es, la típica historia. Nuestro protagonista conoce a una mujer, la pretende, y una vez va a pedirle la mano al padre de ella, éste se niega al descubrir el oficio de Nasser Ali. En fin, cosas de las tradiciones malsonantes. 

Hasta aquí, el primer episodio de la tragedia. El segundo, mucho más capital, se muestra en una escena que se repite en la introducción y en el desenlace de esta historia. Con la particularidad de que frente a la confusión que genera dicha escena en su primera aparición, hay que contraponer el enorme impacto, que de sopetón abofetea al lector, y le descubre lo sui generis del dolor experimentado por Nasser Ali. En la escena a la que hago mención, aparece un plano de una calle. Bastan dos viñetas para mostrar el encuentro del músico con una mujer y su hijo. Mujer que resultará ser, en el desenlace, la destinataria de ese amor imposible. 

Pero volvamos al tema del tar. ¿Por qué ese significado tan especial para ese instrumento? ¿Valor desorbitado? ¿herencia familiar? Nada de eso. Entre las revelaciones que se presentan a modo de flash back, una de ellas nos aclara este particular: en una escena, cuando Nasser Ali se encontraba junto con su mentor, aquél le confiesa lo que para otra persona se presenta como inconfesable; el terrible amor del que nunca podría disfrutar. Un amor que le acompañaría en forma de fantasma a lo largo de su vida. Tras la confidencia, el mentor de Nasser Ali le hace entrega del tar. Le dice que debe canalizar ese sentimiento a través de este instrumento, que con ello podrá liberarse. A partir de entonces, Nasser Ali pasó a tener dos corazones vitales. - Fin del Spoiler. 




En fin, una historia que muestra el desgarro de un alma humana, privada de su deseo, y condenada a una existencia vacía, en la que cuenta con una única pieza de cordura con la que fraguar a través de su oscura senda. Una razón para vivir, que cierto día le es vilmente arrebatada. Y es entonces cuando la oscura senda termina por tornarse en un árido páramo. 

Tal vez, la peor enfermedad es aquella de la que no existe cura; es perderse de manera definitiva, sin posibilidad de retorno. Porque todos, al igual que Nasser Ali, tememos decidir morir. 



Lo mejor: Un guión inmejorable. 

Lo peor: Un excesivo recurso existencialista.