22 oct 2016

"Every prophet in his house"




Una aproximación a Carnivàle (2003, Daniel Knauf)




La eterna pugna entre el bien y el mal. Un tema demasiado recurrente en la narrativa audiovisual. Los grandes productores son conscientes de su alta rentabilidad, y no vacilan ante cualquier oportunidad que se les ponga por delante. "Carnivàle" bebe a grandes sorbos de esta idea, dando una nueva vuelta de tuerca a este género, y mostrando un resultado final que nos corta la respiración.  

La historia nos sitúa en 1934, en el sur de los Estados Unidos, en plena Gran Depresión (tras el crack bursátil de 1929 que condenó a la pobreza a millones de norteameriacanos). Ben Hawkins, un joven huérfano de 18 años, se une a un circo que es una mezcla de freaks, prostitución y vaudeville. Ben tiene poderes curativos que lo asustan y sueña con un mundo donde en lugar de pobreza haya bienestar: es el mundo del Padre Justin, pastor metodista que vive con su hermana Iris en California, en un apacible mundo hasta que comienza a tener visiones. Desde ese momento los caminos de ambos protagonistas se cruzarán de forma inexorable.

Con este argumento, nadie se atrevería a decir que este proyecto carece de atractivo. Y es así. Posee unos contornos de amplias dimensiones. No es la típica historia fantasiosa sobre chico con poderes mágicos predestinado a salvar el mundo. Pudiera parecer así, si somos espectadores superficiales de la historia. Pero en el fondo, ese aspecto únicamente es la coraza. Carnivàle pretende mostrarnos un mundo alejado de cualquier trivialidad barata. 

Según propias declaraciones del equipo del proyecto, este drama pretende ser una recreación de la coyuntura social de la época. Y de ello nos percatamos a lo largo y ancho de las dos temporadas que conforman esta serie. Nos hallamos ante una historia sobre la pobreza, pero no únicamente material, sino también de espíritu. Una historia sobre la marginación social, y sobre cómo los marginados se abren paso, malviviendo, en busca de un porvenir del que han sido vilmente privados. Una historia sobre el bien y el mal, en su sentido más trascendental; un bien y un mal tangibles, que se han hecho carne en la tierra. 


Sobre estas bases argumentales se alzan unos personajes bien definidos y compactos. Qué decir del dúo protagonista-antagonista, el cual logra no solo materializar la idea central de la historia (lucha bien-mal), sino además mostrar los contrastes sociales de la época. Así es, mientras que el Hermano Justin es el icono de la sociedad respetada, e inspira convicción meramente con su semblante, Ben es el reverso de la moneda; un ser descarriado y abandonado, marginado desde su infancia, y rechazado por el propio colectivo en el que intenta integrarse.

Pero sin duda, uno de los elementos que hipnotizan lo constituye la interpretación (y preparación constante) que Clancy Brown (Justin) va acometiendo progresivamente en sus discursos; evoluciona desde una apariencia de religioso bondadoso a un predicador embaucador, con malévolas intenciones ocultas. 


En sus declaraciones, Clancy Brown nos comenta que, para afrontar su papel, tomó como referencia a los grandes oradores de la época. En la época del crack proliferaban aquellos que se dedicaban a congregar a multitud de adeptos, con intenciones de lo más variopinto (poder, reconocimiento, fraudes...). Dentro de estos círculos, destacó el conocido como Movimiento Chautauqua, que fue de gran inspiración para modelar el carácter de nuestro predicador. 


Por su parte, el elenco de personajes secundarios tampoco tiene nada que desmerecer. Todos ellos están dotados de un singular carácter descriptivo, que les permite sobresalir dentro del grupo, pero sin llegar a desembocar en un carisma excluyente, no proyectando de esta manera una opacidad sobre el resto. 

Personajes como Samson (Michael J. Anderson), el enano mandamás de la compañía; Iris (Amy Madigan), hermana de Justin y fiel protectora del mismo; Lodz (Patrick Bauchau), el mentalista ciego que trata de hacer de mentor de Ben; o Sofie (Clea Duvall) que hace de pitonisa junto a su madre, despliegan un impresionante poderío dramático, que contribuye a dotar a la narración de una coherencia textual inmejorable.


Sin duda, es esta una comunidad con personalidades muy pintorescas. Una comunidad que, marginada y apartada de la sociedad como tal, trata de crear un submundo en el que poder vivir. Una comunidad con sus propias normas de convivencia, sus costumbres, su ética y su honor inquebrantable. Una buena muestra de ello sería la escena en la que deciden enjuiciar a un hombre que encuentran en el territorio de Babylon, después de que los ciudadanos de esta aldea cometiesen una atrocidad con uno de los miembros de la compañía itinerante. Se muestra ante nosotros lo que parece ser un juicio por ese acto tan reprobable. Un juicio en el que no se ausentan las distintas visiones de la Justicia como método. Pero ¿es absoluto el honor y el respeto hacia ese código propio de la comunidad? ¿O más bien presenta fisuras e imperfecciones? Cada cual que saque sus propias conclusiones. 



En cuanto a las fuentes genuinas sobre las que se asienta la historia que rodea a Carnivàle, las mismas radican principalmente en la confrontación de dos aspectos: la problemática cuestión existencial de la vida terrenal, y la promesa onírica de una salvación trascendental. Y así es, los personajes que se muestran hundidos en las tinieblas del sufrimiento vital, se ven expuestos a una lucha interior en busca de una redención que no llega. La teología cristiana se pone en tela de juicio ante las injusticias a las que se ven arrastrados diariamente. En este contexto surgen los "profetas", que jugarán un papel definitivo en el destino de la humanidad. 

Y qué decir de las atmósferas, realmente turbadoras. Es innegable que se presentan momentos en los que las imágenes calan en las retinas, creando en el espectador una sensación de estupefacción difícil de superar. El terror es real, porque el mal que se muestra ante nosotros es un mal cercano, cotidiano; no solo espiritual (que es perceptible a primera vista), sino también terrenal (y si no, que se lo digan a las miles y miles de personas manipuladas y amedrantadas por el acero de las voces envenenadas, que son emitidas por discursos perniciosos). 




En definitiva, es una auténtica lástima que este proyecto fuese cancelado una vez finalizada la segunda temporada. La cancelación dio como resultado varias líneas argumentales de la historia sin terminar, y produjo que leales televidentes organizarán peticiones y unidades de distribución para obtener la renovación de la serie. Esto generó más de 50.000 correos electrónicos al canal en un solo fin de semana. Daniel Knauf no estaba convencido del éxito de esas medidas, pero explicó que las alternativas propuestas como la venta de Carnivàle a un canal de la competencia o la escisión de la historia no fuera posible porque HBO posee la trama y personajes de Carnivàle. Al mismo tiempo, Knauf confía en que, dada una base de fans bastante fuerte, HBO podría reconsiderar el futuro de la serie y permitir la continuación de la serie en otro medio, pero debido a la cantidad de material de la historia no utilizados que aún tenía, Knauf no estuvo a favor de terminar la historia Carnivàle con una película de tres horas. 




Concluyamos, no sin antes destacar las palabras que Samson recita al comienzo de esta maravillosa serie, y que nos sirven como billete de ida en esta tenebrosa fantasía: 

"Antes del principio,...
...después de la Gran Guerra entre el Cielo y el Infierno...
...Dios creó la Tierra y dio dominio sobre ella al habilidoso mono al que llamó Hombre.
Y en cada generación nació una criatura de luz y una criatura de oscuridad.
Y grandes ejércitos se enfrentaron de noche en la antigua guerra entre el Bien y el Mal.
La magia existía entonces, nobleza...
...y crueldad inimaginable.
Y así fue hasta el día que un falso sol explotó sobre Trinidad...
...y el Hombre cambió para siempre la maravilla...por la razón."




FICHA: Estados Unidos. 2003. T.O.: Carnivàle. Director: Daniel Knauf (Creator), Rodrigo García, Jeremy Podeswa, Jack Bender, Tim Hunter, John Patterson, Scott Winant. Fotografía: Jeff Jur, James Glennon, Jim Denault. Productora: Emitida por la cadena HBO; 3 Arts Entertainment / Home Box Office. Música: Jeff Beal . Reparto: Nick Stahl, Clancy Brown, Amy Madigan, Michael J. Anderson, Tim DeKay, Clea Duvall, Patrick Bauchau, Debra Christofferson, Diane Salinger, Adrienne Barbeau, Toby Huss, Cynthia Ettinger, Carla Gallo, Brian Turk, Ralph Waite, John Carroll Lynch, Robert Knepper, John Savage, John Hannah. Duración: 60 min. Serie de TV. Fantástico. Drama. Sobrenatural. Circo. Años 30. Gran Depresión. Religión. Road Movie. 

15 oct 2016

Nobel con rima asonante





Una métrica desmedida. Historia de un Nobel controvertido


"No crees nada, porque se malinterpretará. Y será para siempre. Te perseguirá el resto de tu vida". Estas son las sabias y acertadas palabras que Dylan rubricó allá por la década de los sesenta. Y no desmerecen consideración. La conmoción que ha desencadenado el que este hijo de Minnesota se alzase con el presente Nobel de Literatura, ha alcanzado proporciones bíblicas. Sí, son muchas las críticas que se han arrojado sobre el veredicto acerca del mencionado galardón. Y sí, el resultado de haber fallado en tal sentido ha hecho temblar los tabiques de la cultura internacional. Sobre todo, ante la concurrencia de los otros nominados, cuyo derecho al trono ha sido negado (en algún caso, acariciando la más descarada multireincidencia: caso del nipón Murakami) según algunos, de forma "sesgada".  

Pero echemos un vistazo a la razón de ser de esta polémica decisión. Si nos fijamos en la argumentación que nos proporciona el jurado en su fallo, este fundamenta que Dylan es merecedor del Nobel de Literatura «por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción».

Y es aquí donde el conflicto queda servido. Muchos piensan, y así lo han aseverado, que la música es eso, sencillamente música, y que (consecuentemente) no puede quedar incardinada dentro de esta categoría de los galardones suecos. Estos últimos días, he podido leer hasta ensangrentar mis glóbulos oculares, que "poesía" y "canción" no son equiparables, que son figuras artísticas "distintas" y que, causa causans, aquí radica el error de la decisión del jurado. 




Pero, amigos y amigas, amantes todos del arte en su estado genuino, ¿podemos convenir, de manera unívoca, qué es poesía? Difícil tarea. Muchos compartirán las palabras de Carmen Conde, cuando afirma que "poesía es el sentimiento que le sobra al corazón, y que te sale por la mano". Y entonces, ¿qué cabida tiene la música, como expresión artística, en el concepto de la poesía? Tarea esta, más compleja si cabe. Podría saciarnos la manifestación que E.T.A. Hoffmann hizo en su día, afirmando que "la música empieza donde se acaba el lenguaje".

Y es indiscutible el hecho de que Dylan (pese a quien le pese) es proyección de ambas ideas. Música y poesía son "una" en la gestación de sus trabajos

Ya desde el comienzo de sus andanzas, cuando se sumergió en el ambiente bohemio del "Greenwich Village", dejó su impronta en los círculos culturales e intelectuales de su época. Ciertamente, es en esta época en la que sus primeros trabajos encuentran la simpatía de sus coetáneos. Se codea con revolucionarios, inconformistas y, en fin, con todo un movimiento social de la época. Hasta el punto de (y este hecho bien se ignora por muchos) llegó a ser encumbrado como uno de los iconos de los cambios sociales de su entorno. Creó un sello propio, una forma de componer propia y unas letras (como no iba a ser menos) únicas en su especie. 

De forma inminente, se formó en torno a su figura un hito cultural, un símbolo de masas, que fue capaz de remover a cielo y tierra con el mensaje que transmitían sus composiciones (Y si no, que se lo cuenten a los aférrimos de Martin Luther King, con el cual Dylan compartió escenario el día de su famoso "I had a dream"). Que el mismo aceptase ser receptor de tales reconocimientos es otra historia, que ya tendré ocasión de relatar. 




Pero Dylan, al que le gustaba bien poco etiquetarse (y menos ser etiquetado), no se encasilló en el estereotipo revolucionario. Como todo creador de arte, su estilo fue cambiante. Años después se adentró más en las entrañas del intimismo romático, fruto de su desamor con Suze Rotolo (quien había sido su pareja). Las letras entonces se tornan desgarradas y melancólicas, impregnadas de una singular belleza que encandiló (y sigue haciéndolo) a quienes son su objeto y presa. 

Podría seguir reseñando datos biográficos y demás anécdotas, pero no me pagarán por ello. Entrando de lleno en el meollo del asunto, tengo que decir y digo que disiento (y no lo lamento ni un ápice) de muchas de las afirmaciones que se han vertido por el populacho de las redes sociales. 

Comenzaré diciendo que sí, que es más que probable que este galardón no sea el más acertado para reconocer la carrera de Dylan. Otra cosa será qué argumentos pueden esgrimirse en favor de tal tesis. Y hasta el día de hoy no he visto ni uno solo que merezca mi más fiel aprobación. Afirmar que las composiciones líricas de de Dylan no son merecedoras de ser catalogadas como "poesía" denotan un manifiesto desprecio hacia el arte de la palabra (en todas sus formas); concluir que la composición musical de Dylan es simple, tradicional o derivada, es ya una sórdida sandez, cuyas dimensiones no conocen límite. 



La "poesía" no es un molde en el que encajar ideaciones intelectuales. La "poesía" no debe regirse por normas que traten de encauzarla por el pretendido buen camino. La "poesía" no merece ser objeto de rigorismos que alienen su propio espíritu. Por contra, la "poesía" (el arte de la palabra en si mismo) debe permanecer como esa entidad intangible, ese reducto de canalización de emociones, esa suerte de liberación del alma humana, de la que goza todo mortal; pues sí, somos simples seres arrojados a la existencia. 

Decir que algo no es "poesía" porque no cumple con ciertos requisitos (formales o sustanciales) preestablecidos, es sinónimo de caer en un "fundamentalismo" barato, y de entregarse (en cuerpo y alma) a la simpleza más decadente de la civilización.

Dylan no es un poeta al uso, del corte y confección propio de aquellos que van bajo el manto y yugo de los mentores academicistas. Todo lo contrario. La nota diferenciadora reside en su ímpetu interior, que ansía desmenuzar la razón de su existencia en el mundo, y hallar la respuesta al porqué de su mayor inquietud: su propio yo (y ello pasando, todo sea dicho, por encima de cualquier obstáculo que se le presente en su camino). 

Por eso, proclamar a los cuatro vientos que ni su música ni su lírica son poesía, y por tanto esta razón que invalida el haberle concedido el dichoso Nobel, es lo mismo que negar la naturaleza propia de la "poesía". ¿De verdad un argumento tan mediocre, como lo es el relativo a que la poesía acompañada con música no tiene encaje en esta categoría de los Nobel, pues juega en "otra liga"? A mi me parece un insulto a la razón. ¿Acaso nadie recuerda la tan histórica "poesía trovadoresca"? Sí, sí. Habéis leído bien. Poesía y música en una única manifestación artística (y nada menos que representada en las cortes regias medievales). Corriente esta que es aceptada indubitadamente como estilo literario y poético. Entonces, ¿es menos la poesía musical de nuestro tiempo? Corregidme si me equivoco, pero lo digo claramente: un no rotundo. 

Para acabar, quiero incidir en lo que ya he dicho antes. Quizás no sea el premio más adecuado para reconocer la trayectoria de este coloso musical. No obstante, de esta singular anécdota pueden extraerse varias lecturas. Yo destaco, principalmente, una de las mismas: el hecho del acertado sentido aperturista de la academia sueca, el cual, como era de esperar, choca y entra en pugna con sus adversarios más críticos, que no vacilarán ni un momento en defender a ultranza la única verdad; su verdad. 

Me despido, a la espera del escarnio, no sin antes rememorar unas humildes palabras de Victor Hugo: "la música expresa aquello que no puede decirse con palabras, pero no puede quedar en silencio"

29 sept 2016

Esto no es una crítica


 

THIS IS NOT A FILM

(2011, Jaffar Panahi & Mojtaba Mirtahmasb)




La creación cinematográfica, en su proceso de gestación, no permanece ajena (como expresión artística que es) a los pormenores de la realidad contextual que la envuelven en un momento determinado. Son muchos, demasiados, los patrones externos que determinan el grado inventivo de toda persona entregada a este tipo de oficios. Y lo peor de todo, es que las barreras en cuestión limitan plenamente el proceso, y lo hacen en retrospectiva y a la inversa; esto es, desde su fase de plasmación final (en un primer estadio) hasta la primigenia etapa relativa a su labor inventiva (en último término). 

La censura, esa lacra que vilipendia de forma tan atroz e irracional a sus víctimas, es un claro ejemplo de lo que vengo a comentar. Por desgracia, no han sido pocas las ocasiones en las que el séptimo arte se ha visto aquejado por esta proyección, tan dañina, de la maldad humana. Contiendas bélicas, periodos dictatoriales, dominio del poder macroeconómico...en fin, no es necesario remontarse demasiado en los cajones de ficheros. 

El caso de Panahi, realizador iraní tan aclamado por la crítica internacional como tachado por sus propias autoridades nacionales, es sumamente representativo de esta idea. Pese a llevar a sus espaldas más de dos décadas de trabajo, y siendo consagrado como uno de los miembros más sobresalientes dentro de la comunidad cinematográfica iraní, Jaffar ha sido objeto de una injusticia de proporciones bíblicas. El "sistema judicial" consideró que, por incumplimiento de varias disposiciones legales (en realidad, retratar en sus películas la realidad social de su país), Panahi era merecedor de un reproche penal, que se traduce finalmente en un fallo (al menos convendremos) escandalosamente llamativo: 6 años de prisión y 20 de inhabilitación para filmar guiones y viajar al extranjero. 

Y en este punto arranca "This is not a film", proyecto a caballo entre un producto casero de disertación, y un documental intimista con plenas pretensiones escandalizadoras. Pero, de lo que no cabe duda es de una cosa: con esta creación, Panahi se arriesga, se pone entre la espada y la pared, y lo hace con la valentía del corazón noble que posee. Su fin no es otro que el clamor firme, la denuncia a voz viva, ante un pronunciamiento que dista, y mucho, del orden de toda lógica razonable. Pero también, y a la par, la denuncia de un sistema socioploítico asentado sobre postulados fundamentalistas, que coartan la libertad y el desarrollo personales.   



-Ojo spolier-  La película comienza con Panahi recluído en su morada. Vemos como su libertad deambulatoria se presenta como impedida (al igual que su libertad para filmar) al permanecer durante gran parte del metraje en el interior de su apartamento. En una de las primeras secuencias, vemos en primer plano al realizador, hablando con la que es su abogada. Ella le pone al corriente de su situación judicial (no muy esperanzadora). Su mirada se pierde en un punto infinito. 

A continuación, su antiguo amigo de dirección, Mojtaba Mirtahmasb, acude al llamamiento que recibe de Panahi (desconociendo las intenciones de este último). Cuando Mojtaba se presenta en casa de Panahi, este le desvela su verdadero propósito: le revela la existencia de un guión que no podrá dirigir. Ante esta situación, Panahi busca una alternativa, que pueda encajar en su actual coyuntura legal. Decide comentarlo mientras su colega le graba con una cámara. 

Aquí es donde comienza el calvario personal del cineasta inhabilitado. Calvario que palpita y es perfectamente evidenciable, conforme avanza en la labor que se ha propuesto, de manera progresiva.

Destaca el instante en que, para intentar proyectar una escena del guión, que transcurre en el interior de una vivienda y a través de la ventana de una de sus estancias, Panahi utiliza un método rudimentario, pero a la vez evocador: cinta adhesiva para trazar los límites de la casa (tabiques, puertas, escaleras...). Es un momento mágico, en el que la ilusión colma al cineasta, tanto como si realmente estuviera dirigiendo la escena en cuestión, con todo detalle. 



Más adelante, el ambiente se recrudece. Mientras Panahi se encuentra comentando otra escena de su guión, este palidece y el silencio se apodera de su persona. El semblante que podemos apreciar, en un primer plano de su rostro, transmite su sensación del momento; un sufrimiento desmesurado, que ha arraigado en su interior, y que pugna por salir al exterior con toda su voracidad. Y quiere atraparnos, vernos cautivos bajo sus garras, como ya hizo con el propio director iraní. Es entonces cuando este rompe la barrera de la contención, para explotar con una frase arrolladora: "Si podemos contar una película, ¿para qué hacerla?". Esta frase se presenta como síntesis de lo que Panahi pretende hacernos llegar con este proyecto. Quiere que seamos partícpies de la situación sumamente absurda a la que ha sido llevado, como consecuencia de una intolerancia latente. Y lo consigue. Al menos para un servidor, la sensación de estupor experimentada trasciende lo imaginable. 

Finalmente, y en la recta final del metraje, aparece un elemento novedoso: el exterior de la vivienda. En la calle parece que hay una especie de festejo. Digo una "especie", porque más que una conmemoración (pese a que podemos ver cómo son lanzados fuegos artificiales), parece que nos hallemos ante una suerte de reino del caos, donde imperan los altercados y el más puro desorden. Hipótesis que parece confirmarse en la escena final de la película, cuando Panahi abandona su piso para bajar a la calle, acompañado por el portero del edificio. Lo que se encuentra cuando sale al exterior es sumamente impactante. Un grupo de personas ha hecho una fogata de grandes dimensiones en medio de la calle. No hay diálogos en este punto. El silencio únicamente es interrumpido por los estruendos que ocasiona la realidad anárquica que se ha desatado. Una vez más, Panahi hace uso de su tan recurrente metáfora, para representar el mundo hostil que le rodea. Un contexto desalentador, en el que la libertad ha sido privada de su espacio de desarrollo. -Fin del spoiler- 


En resumen, nos encontramos ante una propuesta audiovisual que es merecedora de ser visionada por todo cineasta, por todo amante del cine, y por todo el que aprecie ese reducto de libertad personal, que poseemos de manera innata, a la hora de proyectar opiniones e ideas. Y ello máxime cuando las mismas sirven para denunciar situaciones de injusticia social, o para evidenciar abusos de poder. En este extremo, cualquier persona, participe o no de nuestra tendencia particular, debe ser objeto de un incondicional respaldo. 


Lo mejor: la perfecta sencillez con la que Panahi se desquita
Lo peor: los límites del proyecto en orden a cumplir con su cometido final. 

25 sept 2016

El tar o la vida


POLLO CON CIRUELAS 

de Marjane Satrapi



(Norma Editorial, 2004)



Acometer la lectura de una obra de Satrapi es garantía de conmoción emocional. Ya se veía venir. La premeditación en este caso rozaba su grado máximo. Para quienes ya conozcan a esta pintoresca dibujante iraní, no les pillará por sorpresa el modo que tiene, a la par subliminal y explícito, de erosionar a las almas inquietas que optan por sumergirse en sus creaciones. Y para quienes desconozcan la existencia de su particular universo, es mejor mantenerse distante de estos cantos de sirena, si se quiere prevenir el embelesamiento; salido a su encuentro, no hay vuelta atrás posible

Ya maravilló a público y crítica (hecho sumamente milagroso), con la publicación de la que quizás sea su mejor obra (y por extensión, de las mejores obras gráficas de la historia); me refiero, claro está, a Persépolis. Se trata de un retrato autobiográfico, de cómo una vida emprende una huida del incomprensible fantasma del fundamentalismo, en busca de un horizonte liberador, en un contexto social amenzador y hostil para el desarrollo de la persona.  

Pues bien, en este caso lo autobiográfico cobra protagonismo nuevamente, si bien el mismo se centra no en la propia Setrapi, sino en la figura de un familiar suyo: Nasser Ali, tío de la madre de Marjane.  

La historia nos narra un suceso trágico que este Nasser Ali se ve obligado a padecer. Y es que habiendo sido músico consagrado durante toda su vida (se nos presenta como un virtuoso intérprete de tar -instrumento de cuerda-), en el presente se encuentra abocado a un familia en plena descomposición; el matrimonio con su mujer se presenta como una desgracia, que le ha tocado arrastrar durante toda su vida; y además de ello, sus hijos apenas muestran interés por su persona, hecho que le reporta una profunda apatía. 

Pues bien, lo trágico del asunto encuentra su génesis en una disputa que Nasser Ali mantiene con su mujer, disputa que desemboca en un suceso demoledor para nuestro protagonista: la mujer, en un arrebato de cólera desenfrenada, coge el tar entre sus manos y acaba partiéndolo por la mitad. En este momento inicial de la narración, para el lector se presenta como improbable imaginar el estupor que este hecho desencadenaría en el virtuoso intérprete; al menos, hasta las páginas finales de la obra, donde aflora el preciado significado que el instrumento llevaba aparejado para Nasser Ali. 




-Ojo Spoiler- Entrando de lleno en el núcleo argumental, la obra se presenta en varios capítulos, que van mostrando, sucesivamente, la agonía creciente que se manifiesta en la persona de Nasser Ali. Desde luego, no cabría reprocharle tal reacción, ante la gravedad de los hechos; como ya he dicho, su vida por entero había sido consagrada a la música que transmitía con su viejo tar. 

Pero por desgracia para nuestro querido músico, su sufrimiento no se circunscribe a lo anterior. Así es, conforme avanzan las páginas, Setrapi va dejando entrever la razón de la caída de Nasser Ali en el averno. Progresivamente nos va aportando datos, sucesos del pasado que nos permiten, atar cabos: un amor imposible. 

Y es en este punto donde estalla la crisis existencial del protagonista. Descubre, en sus cavilaciones febriles, que su vida ha sido una completa farsa. Desde ese instante, se niega a comer, a salir de su habitación, y mucho menos, a dirigir la palabra salvo con austeros monosílabos. Decide poner fin a su vida, planteándose qué medio sería el idóneo, e incluso yendo al encuentro de la mismísima parca. 




Entre intermitencias en las que rememora sus vivencias pasadas, se va perfilando su alma atormentada. Primero, por el lugar que le tocó ocupar en la familia durante su infancia, eternamente comparado por su madre con su hermano, hermano que representaba para la familia el ideal de futuro, por destacar en múltiples materias. Para Nasser Ali, quedaba el más desdibujado exilio que espera a los que frecuentan las facetas artísticas. A este hecho, hay que añadir el origen del drama del que aquél es portador; su amor imposible. Así es, la típica historia. Nuestro protagonista conoce a una mujer, la pretende, y una vez va a pedirle la mano al padre de ella, éste se niega al descubrir el oficio de Nasser Ali. En fin, cosas de las tradiciones malsonantes. 

Hasta aquí, el primer episodio de la tragedia. El segundo, mucho más capital, se muestra en una escena que se repite en la introducción y en el desenlace de esta historia. Con la particularidad de que frente a la confusión que genera dicha escena en su primera aparición, hay que contraponer el enorme impacto, que de sopetón abofetea al lector, y le descubre lo sui generis del dolor experimentado por Nasser Ali. En la escena a la que hago mención, aparece un plano de una calle. Bastan dos viñetas para mostrar el encuentro del músico con una mujer y su hijo. Mujer que resultará ser, en el desenlace, la destinataria de ese amor imposible. 

Pero volvamos al tema del tar. ¿Por qué ese significado tan especial para ese instrumento? ¿Valor desorbitado? ¿herencia familiar? Nada de eso. Entre las revelaciones que se presentan a modo de flash back, una de ellas nos aclara este particular: en una escena, cuando Nasser Ali se encontraba junto con su mentor, aquél le confiesa lo que para otra persona se presenta como inconfesable; el terrible amor del que nunca podría disfrutar. Un amor que le acompañaría en forma de fantasma a lo largo de su vida. Tras la confidencia, el mentor de Nasser Ali le hace entrega del tar. Le dice que debe canalizar ese sentimiento a través de este instrumento, que con ello podrá liberarse. A partir de entonces, Nasser Ali pasó a tener dos corazones vitales. - Fin del Spoiler. 




En fin, una historia que muestra el desgarro de un alma humana, privada de su deseo, y condenada a una existencia vacía, en la que cuenta con una única pieza de cordura con la que fraguar a través de su oscura senda. Una razón para vivir, que cierto día le es vilmente arrebatada. Y es entonces cuando la oscura senda termina por tornarse en un árido páramo. 

Tal vez, la peor enfermedad es aquella de la que no existe cura; es perderse de manera definitiva, sin posibilidad de retorno. Porque todos, al igual que Nasser Ali, tememos decidir morir. 



Lo mejor: Un guión inmejorable. 

Lo peor: Un excesivo recurso existencialista.